El humo tras la explosión.
Érase una vez unos prestidigitadores que descubrieron que podían enviar sueños a través de la línea telefónica. Pero se les fue el hechizo de las manos y, en lugar de sueños, lo que transportaron fue codicia y malos rollos. Hablo de memoria, porque en aquellos momentos yo era un estudiante tardío de informática y me envolvía la idea de que me podría ganar la vida haciendo lo que me gustaba y, además, estaba bien visto. Pero llegaron los detectores de humo y nos rompieron la guitarra. La imagen del dueño de Terra con traje, corbata y gorra de béisbol desapareció de los telediarios como por ensalmo. Se había vendido humo. Alguien había inflado el valor teórico de empresas que no eran poco más que meras páginas web; algunas de ellas no servían ni para comprar entradas del cine. Su cotización subió de manera irreal, especulativa, más o menos como ha pasado ahora con los activos inmobiliarios. Pero, evidentemente, se trataba de darle salida a una revolución tecnológica - internet - que ...