¿Crisis moral? Valores clásicos.
Si repasamos la película “Inside job” (también conocida como “Trabajo confidencial” o “Dinero Sucio”) de Charles Ferguson, en un momento de la misma se alude a ciertos ejecutivos de bancos y agencias de calificación en términos poco edificantes. Se viene a decir que gran parte de la tragedia viene por una cuestión de orgullo.
El holocausto económico que estamos sufriendo no es ajeno a la moral de cloaca que practican, desde hace décadas, dirigentes políticos, altos ejecutivos de multinacionales con gran poder e influencia en la política y agencias de calificación que se descalifican a ellas mismas. Una crisis moral que empezó en los años ochenta. Quién no recuerda la imagen típica del “tiburón” de Wall Street o del World Trade Centre, especializado en fusiones y adquisiciones, que no era otra cosa que destrozar a la competencia comprándola, para venderla, después, en pequeños trozos.
Una organización moralmente a la deriva carece de justicia y de sentido común, entendido éste como la idea del bien común que beneficia a todos, en mayor o menor medida, pero sobre todo a los más débiles.
Sólo después de caer en este abismo nos damos cuenta de que la vuelta a lo clásico, a lo de siempre, es lo que nos va a sacar del pozo. Lectores con una cierta edad recordaran cómo se iba a buscar el pan con una bolsa de tela que había confeccionado la madre o abuela. Después vino la bolsa de plástico que, si el pan estaba recién hecho, llegaba a fundirse. Ahora vuelvo a ver gente con la bolsa de tela de toda la vida porque te cobran la de plástico. De manera análoga, los valores clásicos que nunca debimos abandonar, volverán para marcarnos el camino.
Más allá de la austeridad como penitencia por los pecados cometidos, que sustenta la moral calvinista de la visión merkeliana de la economía, opino que recuperar las virtudes clásicas (justicia, prudencia, fortaleza y templanza) nos será mucho más útil.
Justicia o equidad, para dar a cada uno lo suyo y correspondiente; prudencia o reflexión para alcanzar el bien común; fortaleza o capacidad para tomar decisiones y hacerse responsable de ellas, y templanza o control personal para no caer en la búsqueda del bien personal por encima del bien general.
Y estos valores cardinales clásicos deberían aplicarse sobre los pilares en que se sustenta la sociedad: la familia, sea cual fuere el modelo; la educación y sanidad; el bienestar social y la solidaridad y, por último pero no menos importante, la empresa. Sin ética, estos pilares se tienen sobre pies de barro. Sin ética nos caemos.
El holocausto económico que estamos sufriendo no es ajeno a la moral de cloaca que practican, desde hace décadas, dirigentes políticos, altos ejecutivos de multinacionales con gran poder e influencia en la política y agencias de calificación que se descalifican a ellas mismas. Una crisis moral que empezó en los años ochenta. Quién no recuerda la imagen típica del “tiburón” de Wall Street o del World Trade Centre, especializado en fusiones y adquisiciones, que no era otra cosa que destrozar a la competencia comprándola, para venderla, después, en pequeños trozos.
Una organización moralmente a la deriva carece de justicia y de sentido común, entendido éste como la idea del bien común que beneficia a todos, en mayor o menor medida, pero sobre todo a los más débiles.
Sólo después de caer en este abismo nos damos cuenta de que la vuelta a lo clásico, a lo de siempre, es lo que nos va a sacar del pozo. Lectores con una cierta edad recordaran cómo se iba a buscar el pan con una bolsa de tela que había confeccionado la madre o abuela. Después vino la bolsa de plástico que, si el pan estaba recién hecho, llegaba a fundirse. Ahora vuelvo a ver gente con la bolsa de tela de toda la vida porque te cobran la de plástico. De manera análoga, los valores clásicos que nunca debimos abandonar, volverán para marcarnos el camino.
Más allá de la austeridad como penitencia por los pecados cometidos, que sustenta la moral calvinista de la visión merkeliana de la economía, opino que recuperar las virtudes clásicas (justicia, prudencia, fortaleza y templanza) nos será mucho más útil.
Justicia o equidad, para dar a cada uno lo suyo y correspondiente; prudencia o reflexión para alcanzar el bien común; fortaleza o capacidad para tomar decisiones y hacerse responsable de ellas, y templanza o control personal para no caer en la búsqueda del bien personal por encima del bien general.
Y estos valores cardinales clásicos deberían aplicarse sobre los pilares en que se sustenta la sociedad: la familia, sea cual fuere el modelo; la educación y sanidad; el bienestar social y la solidaridad y, por último pero no menos importante, la empresa. Sin ética, estos pilares se tienen sobre pies de barro. Sin ética nos caemos.
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